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25 abril, 2024

Sanando las heridas de la infancia, clave para una vida plena.

No necesariamente tuvimos que vivir una infancia dolorosa para ser afectados por esos primeros años. Las infancias perfectas simplemente no existen, porque nuestros padres y cuidadores no fueron perfectos, al igual que nosotros. Todos tenemos heridas de infancia, pero no todos somos conscientes de ellas ni sabemos cuáles son. No se trata de buscar culpables, sino de tomar control de nuestras experiencias para mejorar nuestras vidas.

Profundizar en estas heridas debería ser una tarea obligada para todos los seres humanos, ya que nos ahorraría mucho dolor. Estas determinan, sin que lo notemos, la forma en que nos relacionamos con las personas y con el mundo en general. Muchas de nuestras relaciones podrían mejorar si reconociéramos estas heridas y trabajáramos en ellas desde la perspectiva del adulto que somos hoy.

Se dice que nunca es tarde para tener una infancia feliz. Esto significa que no solo debemos reconocer nuestras heridas, sino también integrarlas de manera que nos construyan en lugar de destruirnos. Como dijo García Márquez: “La vida no es lo que uno vive, sino lo que uno recuerda y cómo lo recuerda para contarlo”.

Quizás no podamos cambiar la situación, pero sí podemos cambiar la forma en que la vemos. Nuestras heridas pueden no sanarse por completo, pero podemos hacer las paces con el pasado. Hacernos cargo de ellas implica revisar y reacomodarlas en un lugar donde no provoquen tanto dolor, sin rechazarlas, ya que, de alguna manera, lo que somos hoy se debe a lo que nos dieron y a lo que no nos dieron.

Reconocer nuestras heridas nos ayuda a conocernos mejor y a entender nuestra percepción de la vida. ¿Por qué somos vulnerables ante ciertas situaciones? Comprender nuestras reacciones ante eventos específicos nos permite gestionar esas emociones que continuamente nos causan dolor sin saber por qué.

Aquellos que llegan a terapia, por cualquier motivo, son afortunados y privilegiados, ya que inevitablemente se revelan las heridas que durante años no reconocieron. Esto les permite enfrentar con valentía ese dolor profundo que ha estado enterrado en el pasado.

Reconocer que lo que recibimos de nuestros padres proviene tanto del amor como de sus propias heridas nos ayuda a tener un mayor control sobre lo que elegimos ser hoy como adultos. Hacernos responsables de nuestras heridas es aceptar lo que fue, aceptar nuestro pasado y todo lo que ello implica. El viaje hacia uno mismo puede ser corto, pero también largo, ya que todo queda en la memoria, incluso si no lo recordamos. Esto, definitivamente, nos llevará a hacer algo bueno con lo malo y a hacer algo mejor con lo bueno, que no es otra cosa que

“Devolverle al mundo lo que nos ha sido dado de una forma embellecida”

Anónimo

Si quieres explorar más de este tema, te invitamos al curso “El legado de nuestros padres” Impartido por la logoterapeuta Lucero Mieres.

Tanatóloga Mariza Gómez De la Madrid

Comunidad SOPHIA

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